La marca es el sentido de nuestro producto o servicio, lo que nuestro cliente identifica en un instante y lo que hace que un negocio pueda crecer como la espuma. Es un signo distintivo, una identidad cuya función principal es la de diferenciarnos del resto y hacernos totalmente únicos e inigualables, pudiendo destacar sobre cualquiera de nuestros competidores, siempre y cuando tengamos nuestra marca bien trabajada y cuidada, bien construida.
Apple, Google, McDonald’s, Amazon, Coca-Cola, Adidas, Starbucks… todas ellas son ejemplos de grandes marcas que, con el paso de los años, se han convertido en iconos a nivel mundial y son reconocidas a lo largo y ancho del planeta por su indiscutible identidad y poder.
La marca define a la empresa y sus valores
Y es que una marca es mucho más que un nombre, un logotipo o una aplicación web; una marca es la representación de una idea y refleja desde unos valores éticos detallados hasta una potente visión de negocio. Y todo eso con unas pautas y reglas únicas que marcan la diferenciación frente a las demás marcas competidoras.
Vivimos en un mundo con una amplia oferta de productos y servicios similares entre sí o que cubren las mismas necesidades y las personas nos enfrentamos constantemente a la toma de decisiones sobre qué adquirir. Por este motivo es tan importante construir marca: para competir mejor.
Tener una marca bien definida y con unos cimientos fuertes es crucial para que esta funcione y consigamos que nuestros potenciales clientes le otorguen valor, confíen en ella y posteriormente la recomienden. Gestionar y visibilizar una promesa de marca sólida y única es el primer paso para que nuestra marca empiece a crecer y nos haga relevantes para el mercado.
Además de ayudar al cliente a identificarnos, la marca permite al usuario formar parte de ella. Eso significa que, si conseguimos desarrollar una marca que transmita valores con los que el cliente se sienta identificado, será él mismo quien ayude a divulgarla y hacer que crezca por sí sola. Por tanto, es indispensable que nuestra marca sea creíble, ética y haga al usuario partícipe de ella de alguna manera.
Y ese es el quid de la cuestión: hacer que la marca forme parte de la vida de nuestros clientes. Que, cuando le haga falta nuestro producto o sienta una necesidad que podemos cubrir, su mente le guíe, sin ningún obstáculo, hasta nuestra marca y propuesta de valor. Ahí reside el verdadero poder de una marca: en la necesidad del usuario de consumirla.
Entonces, ¿por qué es tan importante construir marca? Pues, por un lado, para poder crecer con una identidad y definición de producto claras y, por el otro (y seguramente más importante), para marcar la diferencia con nuestros competidores y terminar formando parte de la vida de nuestros clientes.